La memoria y los recuerdos arrancados de
cuajo.
PRIMER
TEXTO.
Esta tarde vamos hacer el camino levantando los recuerdos que han sido acabados y
enterrados desde aquel verano de 1936, en el que nos gobiernan: la brutalidad y
la barbarie, la necedad y la petulancia, la ignorancia y el sectarismo.
Este
recorrido que será de pasos incansables, es una senda entre los recuerdos y la
Memoria de un pueblo que, como veremos, han siendo borrados a
merced de la cobardía y de la canalla.
Estos
elementos del absurdo humano han llegado a fabricar la cobardía de todo un
pueblo ¡que hoy con su presencia…! queda bien representada en esta
manifestación de recuerdo y memoria.
Canalla
que ha construido la incapacidad para que todas las gentes podamos mirarnos dignamente en el espejo de la
historia.
Paradójicamente,
en este andar, no vamos a poder ver las huellas de la historia que nos dejó la
vida de las gentes de este pueblo. Haciendo y deshaciendo, yendo y viniendo,
diciendo y callando.
Las
huellas las han derruido con todos sus recuerdos dentro.
No
veremos ni gentes siquiera.
Huellas
que han sido borradas para que el mundo tenga conciencia de que este pueblo,
antes de que ellos llegaran… no era nada.
¡Aquí
no había nada! y si había algo: no merecía la pena cuidarlo. Antes de la
limpieza y escarda del Glorioso movimiento nacional, Antes de la entronización
del Sagrado corazón de Jesús,
Entonces
asesinaron y truncaron cientos de vidas y de familias.
Quisieron
borrar una parte de la historia… para impedir el futuro.
Para
esconder y calmar sus culpas.
Para
justificar sus delirios de grandeza cristiana.
Para
salvar al mundo del pecado.
Entre
paso y paso, entre parada y parada, entre todas las palabras que nos podamos
decir y los sentimientos que nos podamos expresar, entre el recogimiento y el
arrebato, vamos a recordar aquellas
veintiséis personas que asesinaron tal noche como esta, y a las cincuenta y dos
asesinadas en aquel verano de 1936.
Vamos
a denunciar tantos silencios, y tanta mentira cuando dicen.
SEGUNDO
TEXTO.
Hoy
es 26 de agosto, la noche de tal día como hoy, hace 81 años en estas calles por las que
vamos a caminar, hubo una cacería de casa en casa, de
hombres inocentes, que acabó en unas horas, al amanecer, acabó con los cuerpos de veinticinco hombres y una mujer, acribillados y asesinados, tirados en el Campo de Borja.
Este
es el esquema del recorrido del acto de esta tarde:
Salimos
en este punto desde el que seguramente se conformó el pueblo como un asiento
humano definitivo.
Fue
antes de la conquista, hace más de quinientos años.
Es
el comienzo de un pueblo que camina hacia el río en donde se halla la fuente de
su vida y que desde la iglesia, el cementerio y unas escasas casas altas, tímidamente se defiende
de quien llega.
Aquí
estaba el Trinquete.
Luego
andaremos hasta la Plaza
de los Fueros allí donde quedaba El Hospital
de San Juan. Por la calle del Ayuntamiento, caminaremos por una de las calles más antiguas del
pueblo sin llegar a ver el final con nuestros pasos. Pasaremos por el Hospital de
peregrinos y llegaremos hasta el Hospital
Municipal que se asentó hace cien años sujetando una torre campanario.
En
este caminar, nos vamos a encontrar con ese punto en el que confluyen: el
pueblo, la senda del rio Ebro y el Cabezo del fraile. Allí explicaremos la gran
necedad histórica y ecológica que para el entorno en el que vivimos, significó
volar Los Pedretes.
Todos
estos testigos de la memoria de este pueblo han sido derruidos y hechos
desaparecer por una mano necia.
En
su lugar ya no queda más que la ilusión de lo que fueron.
En
la querencia emocional de algunas personas si acaso: nos queda ver una tapia con
una puerta de hierro galvanizado.
Para
acabar el camino llegaremos hasta la puerta del cementerio y nos pondremos en
la esquina que sirvió de paredón en aquella noche del 26 de agosto de 1936.
Contra ese muro asesinaron a Lucio y a Valentín.
Esta
pared con la huellas de la balas y la cruz indestructible, en honor a los
caídos, aquella por la que también pasaremos al principio del recorrido y que
jalona la entrada a la iglesia, son los únicos símbolos que se muestran
orgullosos en este pueblo.
TERCER
TEXTO.
Empezaremos
el camino en este mismo punto en el que nos hemos convocado y reunido. Un hito
de la historia de nuestro pueblo con el que le han proporcionado un tajo de
muerte hace unos días.
Aquí
estaba El Trinquete.
Para
la gente del pueblo era el lugar de encuentro en las horas de ocio en esos días
de asueto y festivos. Días de holganza cuando los vecinos hacían común del
común, al margen de las misas y rosarios, rogativas y procesiones. Durante
generaciones entre las paredes más altas del pueblo fue el sitio propio en el
que mirar y entender la vida, con unos ratos de contento y regocijo.
Aquí,
desde ese mismo día en el que ya no alcanza la memoria, se jugaba con una
pelota de cuero, hechas sus entrañas con tripas de gato, que se lanzaba contra
la pared dándole un fuerte golpe con la mano. La pared devolvía la pelota una y
otra vez a la mano de otro jugador. Algunos días se hacían apuestas entre los
jugadores y los espectadores. Los más infelices, siempre apostaban a favor de
quienes perdieran... y así ganaban una nueva ilusión para otro día.
Luego
vino el cinematógrafo.
Y
los bailes con orquestinas.
Durante
la República , desde la asociación Iris creada para la organización de bailes, verbenas y actividades
festivas para los jóvenes, celebraron en este lugar los bailes de los días de
fiesta a la media tarde.
Esta
era una asociación de jóvenes de izquierdas.
En
las fiestas de 1935 nace la
Sociedad de baile Unión y alegría. También para poder
organizar bailes los domingos y días de fiesta, pero eso sí: desde las más
elementales normas de la moral.
Estaba
la nueva sociedad gestada por algunos jóvenes que había puesto su voluntad en
los designios de las derechas.
Al
baile unos entraban por una puerta y los otros por otra.
En
aquel verano de 1936 los jóvenes de la
Unión y la alegría salieron a matar a los jóvenes de la Asociación Iris
¡y los mataron!
Resulta
curioso cotejar las juntas rectoras de las dos asociaciones.
¿Dónde
se puede encontrar otro hito más determinante en la historia de un pueblo que
este Trinquete que acaban de derribar?
¡Pues
nada que lo han derribado…!
Solamente
queda un hueco grande para llenarlo de lágrimas.
CUARTO
TEXTO.
Cuando
era niño esta plaza era sagrada.
Hasta aquí solamente llegaba cuando venía con mi abuelo.
Una
acacia señorial, la Caja
de ahorros, el Crédito Navarro, la casa de teléfono… y la casa de Doña Paca con
la que tenía negocios.
Los
cuatro lados de la plaza andábamos cada tarde que veníamos.
La
casa de Doña Paca, todas las cosas tienen el nombre que les ha puesto de niño.
Una casa tan grande que ocupaba todo el lateral de la plaza. Con una puerta
grande por donde entraba la gente que quería y otra puerta pequeña por donde
cada cual sacaba lo que había encontrado. Y sus dos balcones que miraban a la plaza pero desde los que
seguramente, se podría ver el mundo entero.
Y
un escudo blanco tan inmenxo que hubiera sido imposible ponerlo en una moneda de
diez duros. Una casa que por fuera era más grande que un palacio y que mirada
hacia dentro, desde las puertas entre abiertas, no había mirada que llegara a
ver el fondo…
¡Que
casi daba miedo de tan oscuro como estaba…!
Entrábamos
adentro, porque doña Paca nos decía sube… y al pasar se veía que todo un mundo se escondía tras las escaleras.
Subir y mirar entre los barrotes de la baranda de hierro era como mirar las cosas del pasado, aquel
que los niños mirábamos con fantasía, para traspasar lo desconocido y
sentir desasosiego.
La
casa Doña Paca había sido una de las casas que asentaron nuestro pueblo dando
forma a su plaza... y era un hospital… ¡de la orden de San Juan de Jerusalén de
los hospitalarios…! Dicen.
Luego, como consecuencia de las desamortizaciones, fue a parar a manos de no sé quien y luego a las de no sé cuántos.
Entonces
creo que adiviné que era una casa importante en la historia de mi pueblo. Luego
supe que en ella sucedieron tantas cosas tan inconfesables como nadie pudiera
imaginar
La
tiraron para hacer una oficina de la Caja
Rural ,
La
misma Caja Católica nacida en esta misma
Casa en el año 1932… para socavar los cimientos del Sindicato de jornaleros.
Pero
ellos no lo sabían... porque están cubiertos de ignorancia.
Pudieran
haberla conservado como lo han hecho en otros sitios.
Unos
y otros se suceden y reproducen intuitivamente,
Pero
siempre van a lo mismo… a lo suyo.
QUINTO
TEXTO.
Nadie
sabe nunca, jamás imagina... lo que le va a deparar la vida.
Los
pocos años, no sienten qué nos dolerá con el paso de los años.
Los
males y las heridas nos aparecen sin saber porqué.
A
mí, a los sesenta años que estoy vivo, me duele mi pueblo.
Este
pueblo cuyas calles recorrí de niño.
Me
duele la luz que llevo grabada en mi retina… y la frescura de los aires que
sonrojan mis mejillas… el olor a verde de los campos en este mes de agosto… me
duelen sin remedio.
Un
pueblo del que un día hube de huir ¡aunque tarde en saber que era desterrado…!
para luego volver a vivir entre sus sombras.
En
estos años de vuelta, hablo con personas que son algo mayores que yo, y me
demuestran, que ellas no recuerdan nada de nada… nada saben de la historia del
pueblo. De niños tuvieron la sensación de que nunca se podía preguntar sobre lo que
fue ayer… y nada preguntaron… y total… ¿para qué…? ¿para qué sirve…?
Y
de lo que había aquí antes de treinta y seis, estas personas mayores, aunque
quizás para aquellas fechas ya hubieran nacido, ni siquiera recuerdan que
existiera el pueblo.
Si
escucho a la gente menuda, que en estos tiempos se lo saben todo, solo alcanzan
a gritar ¡Vaca a la calle…! y ¡Viva Santa Ana!
Las
gentes, estas que prefieren no saber de su pasado, la verdad es que no me
duelen, pero hacen daño incurable, porque a este pueblo lo tienen muerto sin
respetar su vida. Su obcecación están secando las raíces necesarias para
agarrarnos a nuestra tierra.
¡Malditas
gentes...!
¡Malditas
autoridades...!
¡Malditas
lenguas pías y benditas..,!
¡Maldita
historia colmada de relumbrón y orgullo…!
Hoy
he de reconocer que me duelen mi pueblo y su historia.
Y
desde que procuro su memoria… ¡más que nadie me duelen aquellos hombres que
fueron asesinados por su voluntad de querer cambiar muestro pueblo y nuestra
historia…!
Me
duelen aquellos que han sido olvidados y denigrados.
No
me duelen ni sus gentes ni sus dirigentes.
No
me duelen sus dimes y diretes
Por
eso digo lo que digo.
SEXTO
TEXTO.
Por
este camino por el que hasta ahora hemos andado, si lo hubiéramos hecho hace
ochenta años, hubiéramos paseado a la sombra de más de cuarenta acacias y nos
hubieran acompañado el canto de mil pájaros diferentes. Nuestros pasos hubieran
sido escoltados por el raseo inocente de las valientes golondrinas que tenían
sus nidos en los aleros de las casas más altas.
Estamos
en una de las calles más antiguas del pueblo.
Esta
es la calle que supuso la primera expansión limitando las fronteras del pueblo
con el cauce del río, colocando las traseras de las casas, allí hasta donde
llegaban sus aguas con sus riadas.
En
esta calle de casas señoriales, que también se van quedando abandonadas, vivían
las familias de más rancio apellido y estirpe. Sin embargo había una casa baja,
muy vieja, con arco armado con cinco piedras, que quería ser un soportal de
medio punto y que a duras penas se sujetaba en una gran puerta de madera.
Una
casa que estaba señalada por un escudo colocado en la pared.
Recuerdo
esta casa porque era la más pequeña, la más coqueta de las que había en esta calle
en la que viví de niño. Brillaba tristeza.
La
calle estaba más alta que la casa… a la altura de un salto.
La
casa tenía el suelo de tierra y unas escaleras de arcilla.
Dentro
de la casa olía diferente a las casa de los vecinos, quizás porque el corral
era tan pequeño que no tenía cuadras ni animales.
Recuerdo
que era la casa en la que vivía Gregorio Pínzolas.
Había sido hospital de peregrinos desde hacía quinientos años.
Había sido hospital de peregrinos desde hacía quinientos años.
Era
la casa en la que estaba recogida la familia de Alfonso Marquina el 23 de Julio
de 1936 cuando lo asesinaron junto al secretario Martín Domingo. Entre sus
paredes se refugiaron Vicenta la esposa del alcalde con sus hijos Alicia, Esperanza
y Armando. En esta casa, a las cuatro de la tarde, pudieron oír los disparos que
descerrajaron los guardias civiles para matarlos.
Esta
casa también la tiraron un día.
Sin
pensárselo dos veces. ¿Para qué...? ¡Habrase visto...!
Y
le pusieron una puerta de hierro adornando la tapia blanca tras la que
enterraron sus miedos y sus recuerdos.
¡En
cuatro días ya no sabe nadie lo que aquí había...!
Dijeron...
ni dónde están guardados el escudo y las cinco piedras.
SEPTIMO
TEXTO
De
punta a punta de esta calle, en el verano de 1936, los alzados, sin pena ni
gloria, sin más mérito que la fuerza de sus armas, mataron las vidas de:
Gregorio Almíngol, Cayo Morales, Faustino Aguirre, Gregorio Doiz y Jesús
Minchinela y Antonio Sáez.
Poco
a poco llegamos al punto en el que se levantaba una casa muy grande que parecía
estar clavada en un mundo utópico.
Una
casa llamada hospital… aquí traían a curar
a los enfermos.
Tenía
dentro, un convento, una iglesia, mil alcobas, un lavadero, una carbonera...
era grande por todos los lados que la miraras.
También
tenía una torre de ladrillo en lo alto de su mirada, que en lo más alto todavía,
tenía una campana con un sonido muy agudo, que solamente sonaba a rebato cuando
en el pueblo ocurría alguna desgracia y algún vecino precisaba de ayuda
inmediata.
Alguien
dijo alguna vez… que esta torre la construyeron hace mil años, unos albañiles que utilizaron los mismos andamios y escaleras que se utilizaban para subir a los
niños al cielo, y luego también dijo que… los capachos de esparto que
utilizaron para trasegar el barro con los que juntar los ladrillos, fueron los
que luego muchas madres usaron en sus casas para guardar a sus hijos
recogidos.
El
campanario con su campana vivía en una vigilia permanente.
Todos
los vecinos estaban atentos a su llamada porque sabían que en aquel campanario
de ojos pequeños anidaba las cigüeñas y las cigüeñas eran las primeras que
avisaban de cualquier sucedido.
Pues
nada que un día dijeron de tirar la casa abajo ¡Y la tiraron sin decirle a
nadie nada…! ¡Para que nadie dijera nada!
Y
pusieron la correspondiente pared y las puertas de hierro
Pasado
el tiempo, nadie recuerda como lloraban la cigüeñas aquella mañana cuando las
desahuciaron de su casa… el otro día me dijeron que algunas todavía andan
vagando por el campo y cubriéndose de la intemperie en los ribazos más
frondosos.
A
las más viejas de todas, a veces se les sorprende, queriendo ver sin ver, sintiéndose
morir estando vivas, desorientadas en lo más alto del cielo sin saber dónde
posarse ni dónde alzar el vuelo.
Ahora…
frunciendo el entrecejo… si la conseguís divisar… si miráis al cielo… podéis
comprobar que desde esta torre pequeña y estirada, pudiéramos haber cumplido todos
nuestros sueños.
OCTAVO
TEXTO.
Hoy
hemos traído este camino… para llegar
hasta aquí;
Al
fondo del paisaje, tenemos el Cabezo del fraile.
El
sol, gasta casi toda, su luz en alumbrarlo.
Hace
años unos jóvenes quisieron hurgar en sus entrañas y siguieron el gran pasadizo interno
con unas linternas de carburo... y se tuvieron que volver porque se apagaba la
luz tan oscuro como estaba.
Cuando
por aquí se paseaban los romanos y al parecer había en el entorno unas piedras
que cruzaban el río y propiciaban unos BAÑUELOS.
Reconocer así a estos baños y su entorno, pudo ser lo que extendió la costumbre de llamar así a esta zona: Buñuel… por aquellas piedras que atravesaban el río de parte a parte.
Reconocer así a estos baños y su entorno, pudo ser lo que extendió la costumbre de llamar así a esta zona: Buñuel… por aquellas piedras que atravesaban el río de parte a parte.
Más
tarde, al otro lado del Ebro, los musulmanes de que los que había por aquí para
la invasión, vivían en aquellas tierras ariscas y soleadas de las Bardenas no tenían ninguna traba, acostumbrados como estaban a vivir en las arenas áridas del
desierto.
Nosotros
vivíamos aquí, en este lado… Y ellos allá.
Pero
ellos llegaban hasta aquí, para conquistarnos, atravesando el río por un túnel que hicieron por debajo de Los Pedretes.
Esta
es la historia en formato infantil para quienes nacimos aquí.
Pues
bien… un día pensaron que había que volar los Pedretes.
Llamaron
a los militares y con cuatro cartuchos los volaron.
Las
autoridades fueron testigo para dar por buena la barbaridad.
¡Y
hacer puñetas Los Pedretes…!
Una
gran explosión en la que se mezclaron las aguas con las piedras reventadas de Los
Pedretes, tiñó el cauce del río… ¡y destruyó las casas y los jardines de los
peces que vivían allí…!
¡Ya
no habrá más riadas…!
Nadie
lloró aquel desmán de los hombres pensadores del pueblo.
Cuando
vuele: ¡sacad unas fotos para guardar en el Ayuntamiento!
Pero
NO. ¡NO! No hicieron las fotografías de aquella explosión para colgarlas en algún
sitio y para dejar constancia de de Los Pedretes como pilares fundamentales de
nuestra historia, sino por la proeza de hacerlos volar por los aires y como
prueba de que no pararán ni ante nadie, ni ante nada: ni humano ni divino… y
que todo que esté en contra de su querer… saltará: como hicieron reventar la República.
NOVENO
TEXTO.
Alimentado
con el dolor del olvido, el vacío del recuerdo y la falta de memoria, no me
resulta muy difícil manifestar que vivimos en una tierra harta de gentes
amorfas y apáticas.
Una
tierra de bárbaros e ignorantes.
Después
del paseo que hemos dado esta tarde, tras una reflexión sencilla y sensata, sin
caer en la duda razonable, podemos sacar esta conclusión y pensar si es verdad
que estamos en el siglo XXI.
¿Qué
ha sucedido en esta sociedad de la corrección política...?
Desde
una suerte de mesura y prudencia, hemos llegado hasta este día soportando una
lógica social que se sabe: marrullera, hipócrita, mentirosa y sin conciencia,
muy difícil de entender y asumir.
Solo
así podemos entender que desde aquel verano de 1936 en el que se realizaron los
crímenes que esta noche hemos recordado, ¡ocho décadas! se hayan sucedido
diferentes partidos y gobiernos en el poder: nacional, regional y local ¡sin
que ninguno ninguno de ellos...! haya hecho por destapar aquellos crímenes y
sus secuelas, y en todo caso, todos han hecho por ocultarlos y olvidarlos.
El
silencio es el cómplice de todo aquello que se calla.
Todos
los que callamos somos cómplices: la sociedad es cómplice.
Año
tras año, la mayoría social ha visto bien que todo se calle y desconozca. Al
parecer, ahora todos están revueltos, por cierto ligados por una sustancia tan
común como la mierda, una materia, que la sociedad sabe que indefectiblemente no
se puede remover.
El
sistema político existente, es un sistema perverso que llegará a justificarse
en la medida en la que siga ganando la ignorancia y el silencio y que consigan
que las fiestas populares se vivan en paz.
Así
conseguirá que convivamos con su podredumbre diaria.
Que
vivamos como si fuéramos tontos de gran saber y cultura,
La
ignorancia no tiene precio para las hordas del bien.
Destapar
y reconocer estos crímenes y en la medida de lo posible, dar una satisfacción a
su memoria, debería ser lo normal en una sociedad culta, que ha de ser sensible
a los problemas que producen todas las violencias y tiranías.
Los
reconocimientos que nos hallamos: son los de las asociaciones de memoria, que
sólo buscan: un cierto relumbrón social y consideración política para quienes las manejan: alcanzar lo suyo .
DECIMO
TEXTO.
Los
alzados en este pueblo hicieron un monumento a los caídos por España, en honor
de su victoria, y lo colocaron delante de la puerta de la iglesia, para honrarlo cuando iban hablar con dios.
Hubo
un párroco que tenía la puerta trasera de la iglesia siempre abierta, para que
las hijas de los asesinados, que asistían a misa, no tuvieran que pasar por
delante de la gigantesca cruz.
Los
hombres que desde las bambalinas de la política y del poder local mantienen en
la actualidad esta cruz en pie, son hijos de algunos de aquellos que se alzaron
en armas aquel verano de 1936.
Hoy
esta cruz resume su historia y por esa cruz fascista dieron su vida sus peones.
Los nombres inscritos valen de héroes y víctimas.
Con
ella justifican toda ignominia y hacen provechosa su victoria.
Todavía
hoy está levantada ¡ahí! mismo, para oprobio de quienes observamos la vida del
pueblo con un poco de fundamento.
Los
vencedores al más alto nivel, para honrar su gloria, también hicieron un
monumento a los Caídos en la capital, en Pamplona.
¡Es
como el vaticano en pequeño... un vaticanico...!
Mucho
más grande y de más postín.
El
monumento era tan grande y tenía tantas ínfulas con sus grandes escalinatas y su
cúpula astral, que vino Franco en persona a inaugurarlo y le pudo echar su
bendición de: uno, grande y libre.
¡Arriba
España...! ¡Viva Franco...!
Ahí
está... y nos enteramos que para mañana... las autoridades quieren que siga ¡ahí para siempre…! Para oprobio
y escarmiento de quienes observamos la vida sin más interés que el que exige un
poco de fundamento.
No
importa que sigan honrando la memoria de los criminales, ni el dolor que
produjo su construcción, ni el desafío que supone que aquellas piedras se
labraran con sudor y sangre republicana.
Parece
ser que todos confían en la falta de memoria de la gente.
Destruyen
unos recuerdos sin pudor ni escrúpulo.
Y saben
mantener levantados otros recuerdos de: dolor y olvido.
Todos
recuerdan y hacen que los recuerdos nazcan en 1936
Todos
quieren que nuestra historia empiece en 1936.
Con
su transición y su democracia.
Con
su moral y sus costumbres.
Con
sus vírgenes, sus santos y sus procesiones.