Soy de los que vivimos una época en la que
siendo niños: cuando nuestra madre nos mandaba a la siesta, procurábamos no
quedarnos dormidos no fuera ser que se nos pasara la hora de la corrida de la
tarde, en la que toreaba el Cordobés y que la echaban por la televisión.
Cuando llegaban las fiestas de mi pueblo,
para nosotros el acontecimiento del año más esperado, los imberbes que nos
juntábamos en cuadrilla para jugar, seguramente porque los demás actos festivos
eran para mayores y no los entendíamos, las fiestas eran las vacas y las vacas nos
daban tanto miedo que jugábamos a las vacas durante todo el día cuando no había
vacas, porque cuando las vacas estaban por la calle nos escondíamos. Todos
nosotros, todavía ahora en las noches febriles, seguimos teniendo pesadillas en
las que nos persiguen con sus astados y nos alcanzan subámonos a donde nos subamos.
Ya mozo, aunque los más valientes: guapos y
chuletas, saltaban a la plaza y corrían con las vacas por la calle, pronto
comprobé que en las fiestas de mi pueblo donde mejor se estaba y se disfrutaba
de la fiesta era lejos de donde estaban las vacas.
También intuitivamente, en las fiestas de
1970 dejé de sentirme atraído por las procesiones a las que tanta devoción
había en mi casa y las procesiones que quedaron ya lejos de mis convicciones,
por una fotografía de 1979 en la que acompañaban a la Santa abuela, la primea
corporación municipal elegida democráticamente desde el 12 de Abril de 1931, vestida
de blanco y rojo.
Casi a la vez, empecé a ver las vacas correr
por las calles de mi pueblo desde un punto de vista en el que las
justificaciones culturales y costumbristas pasaron a un segundo plano y observé
que esta tradición era como el premio que todos los años da el poder al pueblo,
para que la gente recuerde: quien es el pueblo y quién el poder.
¡Qué quiere el pueblo…! ¡Un día más de
vacas…!
¡Pues que haya vacas…!
En aquellos años, disfrutaba más del hecho
de estar de fiesta y de sentirme en la gloria sin hacer nada, en el sosiego que
ofrece la tranquilidad, lejos de donde estaban la zozobra de los actos motivo
de las fiestas que emocionaban y atrapaban
a la gente de mi pueblo.
Las razones por las que se celebran las
fiestas a mi me escaldaban.
Sin embargo en medio de una incipiente contradicción con mis hijas, inconscientemente reproduje las mismas conductas que mi entorno había tenido conmigo con respecto a las fiestas y les endosé esa misma cultura. Cogiéndolas de la mano, salía con ellas por el recorrido del encierro, en el trajín de la gente, esperando que tiraran el cohete y soltaran las vacas.
Pero la verdad es que a ellas les pudo el
miedo.
Ese miedo que siendo hembras no les ofrecía
otras satisfacciones.
No apreciaron el sabor del misterio de la adrenalina
y el riesgo.
Al parecer es más cosas de machos.
Las mocetas, independientemente de que con las
conductas que observaran en casa, no tuvieran que llevar ningún proceso de
desafección con la religión, con la procesión todo fue más sencillo: acabó, cuando
un día las llevó su abuela a vestir a Santa Ana, ella era la encargada de
hacerlo en la casa parroquial, y vieron que en realidad la santa era una cabeza
de muñeca puesta en la parte alta de un armatoste de madera, que sobre aquel
artilugio se soportaba el manto que a su vez con un gran pliegue sujetaba la
cabeza.
Aquella noche tuvieron pesadillas.
Aquella noche tuvieron pesadillas.
Al día siguiente tenían clara la
cuestión.
Con los años me inicié en conocer la realidad
social en la que vivía, pude comprobar que en aquellos finales de los setenta
en los que parecía que estaba cambiando el mundo porque el franquismo estaba
pasando a la historia espirando en la cama, fui comprobando que la realidad
social en nada había cambiado, y en lo que se refería a las fiestas populares
en lugar de cambiar, se enraizaban para servir de opiáceo para el pueblo.
Comprobé que las fiestas religiosas seguían
siendo una exigencia de los vencedores de aquella cruzada que hicieron estallar
en 1936. Ya supe buscando aquellas realidades del pasado que se han tenido
ocultas durantes muchos años, que durante la República que por
ejemplo las fiestas del pueblo no eran las fiestas de Santa Ana, ni Santa Ana
era la patrona del pueblo ni siquiera había una Virgen de la Asunción.
En aquellos años la Corporación municipal
se negó a celebrar una fiesta que era parroquial y cuyo símbolo era una
procesión por las calles más importantes prueba de la presencia de la Iglesia en el pueblo.
Sus miembros como tales, no asistían a las
procesiones religiosas.
A todos aquellos los asesinaron.
A la par, con aquella costumbre asentada en
mi pueblo durante los días de fiestas a cualquier hora de: A dónde vas: al
casino. De dónde vienes: de las vacas. A dónde vas: a las vacas. De dónde
vienes: del casino, llegué a la conclusión de que las fiestas así entendidas
era solamente darse un hartazgo de estulticia y colmar la imbecilidad social.
Con el paso de los años y viviendo como
espectador las fiestas, fui construyendo mi convencimiento de que esta manera
de entender el ocio, el entretenimiento, la fiesta y la cultura no era sino otra
manera de embrutecimiento e insensibilización de la sociedad en masa de tal
manera que sin necesidad de pastores todos van al mismo sitio y más todavía si a
donde se les lleva es gratis y dan caramelos y si acaso en ese sitio solamente
encuentren el aburrimiento que les entretiene... quizás con ese efecto placebo
de la felicidad que produce el alcohol.
Luego durante años mi manera de pensar se
ha ido construyendo además con la visión de lo que significa el maltrato animal
con motivo de las fiestas populares. Me es indiferente si el animal es
asesinado en una plaza como base de un espectáculo o aunque sean los animales corridos
por la calles o en la plaza con recortes y capeas. A la par de esta perspectiva
he ido profundizando con la irreverencia que dan los años, sobre la sociedad
preserva que se estructura alrededor de las religiones y que incitan santos y
vírgenes a ofrecernos su capotico en la lidia.
Más tarde pude ver en estas maneras en las
que se desenvolvían las fiestas que trataba de comprender, unas grandes dosis
de machismo en todo su peor significado y la preponderancia de las actitudes y
comportamientos con unos niveles de estrés y de incomodidad para las personas:
egocéntricos y violentos, masoquistas y sádicos. Unas maneras, que además
llevan la bendición apostólica, que lo justifican todos apelando a la propia
esencia de las fiestas, y que disfrutan de total impunidad ante sus perversas
consecuencias sociales.
En estas últimas fiestas populares, en la que estamos celebrando en estos días, digamos verano de 2016, cuando todo en el contexto político presentaba la posibilidad de que estas fueran las fiestas populares en las que se cambiaran su cariz en buena medida: y no fueran esas fiestas del pueblo en las que las gentes del pueblo se tienen que ir a pasarlas a otro sitio, y no siguieran siendo ese acontecimiento comercial en la que lo más importante es que se atraiga a los forasteros para que hagan gasto, unas fiestas en las que se acabara de una vez con esa tradición racial con la que se colma la estupidez humana soltando vacas y toros por las calles para que sientan la adrenalina los peores hombres de cada casa y sirva de un espectáculo embrutecedor para la mayoría, acabaran unas fiestas en las que son las procesiones con santos ficticios y puestos a imagen y semejanza del poder de estos últimos ochenta años las que siembren los buenos sentimientos entre los humanos, que unas fiestas así, fueran pasando a la historia…
Cuando uno se va haciendo viejo comprueba que:
nunca se detiene la trituradora que trabaja para que nuestra aldea sea el
ombligo del mundo por unos días, se va tragando las convicciones incluso de las
personas más concienciadas que recuerdo,.
Se da cuenta que el devenir de las cosas consigue que finalmente todo se queda en
aquello que pudo haber sido y no fue, porque como todas las cosas que suceden: no
son como queremos que sean sino como quisieron que fueran quienes nos
precedieron que lo dejaron todo atado y bien atado.
Algún gurú pensador ya sentenció hace unos
meses, antes de las primeras fiestas de esta nueva época, que había que manchar
las aceras con la cera de los cirios con el paso solemne de las procesiones…
para que no pase en esta ocasión como ocurrió en 1936.
Cuando además: las estrategias desde otras
ópticas de la realidad social que dicen que también quiere cambiar las cosas,
se plantean, incluso inciden: en profundizar sin cuestionársela la filosofía
que mantiene esta manera de ser de las fiestas: excesiva, irracional, caótica,
violenta… y tratan de que las fiestas sean como son pero que: si alguien se le
nota que las celebra más de la cuenta se le haga pagar con todas sus
consecuencia, entonces ya: apaga y vámonos.
Ya nada tiene remedio.
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