viernes, 5 de julio de 2013

Denuncia contra la Policía Foral


A la atención del Jefe de la Policía Foral.
de la Comunidad Foral de Navarra.
Buñuel a 28 de Junio de 2013.
 
Muy señor mío.
    Pasados unos días desde que ocurrieron estos hechos, como mejor proceda, voy a relatarle lo que me sucedió el pasado sábado 8 de Junio de 2013 en Buñuel, mi pueblo, para que conociendo estos hechos: pueda obrar usted según le dicte su profesionalidad y su conciencia.
 
Esa tarde, mi esposa Juanamari y yo, después de echar la siesta, decidimos ir al huerto a plantar unas tomateras y pasar la tarde en el campo. Eran la cinco de la tarde cuando salimos de casa. Aunque estaba nublado y amenazaba lluvia pensábamos pasar una tarde tranquila aunque hubiéramos de resguardarnos de algún chaparrón bajo el abrigo de la caseta.
   Cuando nos montamos en el coche no nos hubiéramos podido imagina qué nos iba a pasar en un par de minutos más en medio de la tranquilidad que ofrece un pueblo y que crea ese ambiente en el que no nos importa despreocuparnos de según qué cosas.
   Saliendo del pueblo a lo lejos vimos una pared roja que cortaba la carretera.
   Algo ha pasado, pensamos ante tanta demostración de fuerza policial.
 
Al acercarnos cuatro policías forales nos echaron el alto y nos urgieron a aparcar en el arcén. ¡Buenas tardes, estamos haciendo un control preventivo de alcoholemia… ¿le importa hacerlo? Me dice uno de los policías. ¡Sí, sí no tengo ningún problema….! ¡Sople durante unos segundos… bien sale cero…! ¡Claro, claro, no bebo…!
   Me cuesta adivinar que hacía un control de policía a las cinco de la tarde en un pueblo como el mío: un pueblo fantasma en el que es imposible que pueda pasar nada. Tampoco  entiendo cómo es posible que un procedimiento, una instrucción policial, pueda instar a cortar una carretera de estas características con tanto alarde como si se quiera así cortar el cierzo.
   Posiblemente el policía que me espetaba por la ventanilla escuchó estas mis preguntas en mis adentros. ¡Me da el carnet de conducir…! Entonces me veo con mi traje de hortelano lleno de barro, pero sin la cartera en el bolsillo. ¡No lo llevo… lo llevo en la cartera en la americana y me la he dejado en casa, porque vamos al huerto, que está ahí mismo, a doscientos metros a plantar unas tomateras... Me llamo Pedro José Francés Sayas y soy de aquí, de Buñuel. A continuación le enumeré mi carnet de identidad.
 
Tratando de relajarme y de transmitir confianza ante esta situación de pan y melón, y alimentando esa costumbre que tengo de dirigirme por su nombre a las personas con las que hablo, le pregunté al policía como se llamaba.
   ¡Este es mi número me contestó soliviantado…!
   Me paro a pensar ahora y no entiendo por qué quien tiene el derecho a pedir que nos identifiquemos no tengan la obligación de identificarse y que su nombre en lugar de ser Juan Miguel: sea un número.
   Además al policía le sirve su número y a mí no me sirve el mío.
   Hasta ese momento las palabras que me dirigió el policía 0646 eran las justas pero un tono imperativo que ya empezaba a intimidarme y a hacerme sentirme con una intranquilidad a la que no creo que nadie tenga derecho a someterme.
   Entonces se dirigió a mi esposa. ¿Y usted, usted lleva documentación…? ¡No, no la llevo, la llevo en el bolso y no lo he cogido. Juanamari le mostraba la bolsa en la que llevaba la botella de agua fría y las plantas de tomate. ¿Puedo ir a casa a por ella…? Les preguntó mi esposa. ¡Vivimos aquí mismo…! ¡No, no, ustedes de aquí no se mueven… les llevaremos a identificar al cuartel de la Guardia civil…!
 
Ante la incapacidad del policía para entender y admitir con normalidad que dos personas mayores que tienen todo el aspecto de ser matrimonio serio y responsable fuéramos a la hortaliza sin llevar el carnet de conducir ni ningún otro documento que los identificara, y estando su domicilio a menos de trescientos metros, yo tan solo advertía unas disposición inmensa a amargarnos la tarde con su abuso de autoridad.
   Así era. En otro caso nos hubieran dicho: circulen y buenas tardes.
 
Un segundo policía, el 0968 se acercó a la ventanilla con una sonrisa de esas que se muestran traicioneras aunque se trate de ocultar sus intenciones. ¡Por favor: me da la documentación del coche…! Juanamari sacó la documentación de la guantera y se la entregó. Como el coche es de nuestras hijas el problema de identificación no solo no se resolvió sino que se complicó.  ¡Y además, la I.T.V. la tienen ustedes caducada…! La sonrisa se tornó en maliciosa. ¡Les vamos a tener que denunciar…! ¡No puede estar caducada: el vehículo lo compramos en el mes de agosto del año pasado y entonces la tuvo que pasar…! Les dije seguro de lo que decía porque además es verdad. ¡Eso será lo que diga usted…! Me contestó el policial mostrándome la seguridad de que le estaba mintiendo.
   A través de la ventanilla del vehículo, hubo un serio cruce de palabras en el que los dos policías nos empezaron a tratar como si fuéramos unos delincuentes a los que les habían hecho presa y a los que no se podía dar ventaja ni mostrarles un ápice de piedad.
 
Mientras tanto, y ya habían pasado más de diez minutos, yo me había percatado de  que a dos metros del coche, un tercer policía me llevaba mirando fijamente escondida su mirada tras unas gafas de sol, en jarras, y en una posición: chulesca, inquisitoria, y amenazante. ¡Si me vas a seguir mirando, por educación, por lo menos quítate las gafas, que está nublado…! Por primera vez puse pie en tierra para liberarme de esa sensación de acorralamiento en el que me habían colocado sin darme cuenta. El policía volvió a tomar nota en una libretita que llevaba en la mano. Yo vi su placa 0985.
 
¿Es posible que estemos formando a los cuerpos de seguridad con criterios democráticos y de respeto y cercanía a la ciudadanía, o por el contrario, cuando se muestran nuestros policías ante nosotros los ciudadanos con esas poses tan típicas de la películas americanas con las que se distingue al policía malo, nos demuestran que en realidad estamos conformados cuerpos de seguridad en lo que el principal objetivo es amedrentar a la población y atentar contra los derechos más elementales de las personas…?
   O ¿Serán imaginaciones mías…?
 
Pero ya estaba muy nervioso y Juanamari también salió del coche, estaba angustiada y ya no sabía qué hacer ni qué decir. ¡Pedro tú estate tranquilo…! Me decía asustada y previendo lo peor ¿Por qué no puedo ir a casa a por su documentación? Les dijo a los policías que no podían parar siguiendo su guion para  mostrar firmes su fuerza y autoridad. ¡Va a ser la mejor solución, que vaya esta señora a su casa…!
    Juanamari salió hacia casa preocupada de dejarme solo y corriendo a traer la solución.
 
Cuando me quedé solo me aparte del coche y de los policías y uno de ellos se acercó y quiso mostrarme otra versión de lo que estaba pasando. Es importante que usted como Jefe de la Policía conozca este detalle. ¡Tienen que entender que nosotros somos unos mandados y que hacemos lo que nos mandan…! Me dijo. ¡Ya, ya y obedecéis sin necesidad de que os manden…! Le dije. Y el día que os manden matar, matareis y diereis que habéis matado porque os lo han mandado. Pensé pero no lo dije.
 
 Estaba solo en una carretera en la que en los últimos treinta minutos no había pasado ningún coche. Buena prueba de la escasa racionalidad de poner un control preventivo en un punto en el que hay muy poco que prevenir. Además, seguramente ante tanta ostentación de fuerza policial que había en la entrada al pueblo, si algún vehículo circulaba hacia la salida, desde lejos, la veían sus conductores como la había visto yo y tomaban otra calle para no toparse con la autoridad. Si no es que se había corrido la noticia por el pueblo de que allí estaban y todos que pensaban salir habían decidido quedarse en casa.
   Pasaban los minutos de manera rápida y mi corazón también aceleraba su ritmo.
   Ellos llevaban las pistolas al cinto y yo solamente veía sus pistolas.
   Eran sus pistolas las que me impedían que me fuera al huerto a pasar la tarde. Pensaba en salir corriendo hacia el huerto y descansar en el porche de la caseta pero tenía miedo. Recordé que en esa misma carretera, en otros tiempos, al menos tres personas habían sido abatidas a tiros cuando escapaban del terror que habían creado otros hombres armados.
   Que se habían querido fugar alegaron sus cazadores.
   Por favor dejen que me vaya. ¡Usted quédese ahí y no se mueva…!
   La sensación de terror iba creciendo dentro de mí hasta que en un momento puse el coche en movimiento y me bajé mientras el coche seguía andando. Alguno de los policías gritó: ¡No se mueva...! pero yo ya no sabía qué hacía. Entre aquellos cuatro policías que hacían ostentación de superioridad e impunidad, el maltrato sicológico al que me estaban sometiendo de manera sutil se apoderaba de mí y estaba haciendo mella y ya no me importaba que el coche siguiera andando solo.
 
Mientras tanto el policía que aparentaba ser el jefe anotaba todo discretamente en la libreta pequeña tal y como recuerdo que hacía el teniente Colombo y me retrotraía a otros tiempos que me atenazaron de joven y que al parecer han dejado huella en los modernos procedimientos.
   Poco a poco me estaba sintiendo muy mal físicamente.
   ¡Por favor… déjenme irme de aquí, que verán el coche aparcado en el huerto que está ahí mismo…! Les pedía por favor sin que mis ruegos le hicieran cesar en su ensañamiento. Soy diabético y la glucosa me subía por segundos engordando mi lengua hasta el punto de no poder articular las palabras y sintiendo la sed secando mi garganta. Sentía una presión dolorosa en mi cabeza porque me estaba subiendo la tensión sanguínea. También tengo un problema de subidas inminentes de tensión.
   ¡Por favor… déjenme irme de aquí…!
   Quería escapar de aquel espacio que se había cerrado en mi entorno con una tela de araña de terror. ¡Por favor déjenme ir que me estoy poniendo enfermo… que estoy enfermo… que soy un enfermo… que me está dando una subida de azúcar y me va a estallar la cabeza por la tensión. ¡De aquí no se mueve…! Nada de compasión. ¡Si quiere llamamos a una ambulancia. Un poco de compresión del manual burocrático. ¡Sí, sí, llámenla…! ¡Ya ve que si hace falta también estamos para servirle…! Me dijo el policía 0533 con cierto recochineo con el que el ensañamiento envuelto entre un poco de cinismo mostraba toda su crudeza.
    La situación comenzaba a sacarme de mis casillas.
   ¡Por favor llamen a un médico que me va a estallar la cabeza…!
 
Los minutos que pasaron mientras llegaba la ambulancia me llevaron a comprender y contrastar la conducta de estos cuatro policías en esta tarde que difícilmente olvidaré.  Si cuando los vi la primera vez me pareció que estaba haciendo un despliegue excesivo para estar patrullando en un pueblo anodino como el mío; si luego vistos de cerca tenían una pose con la que imitaban a los policías malos de una película mala; ahora, pasada más de una hora los estaba apreciando como unos hombres degenerados, que en ese no saber qué hacer con ellos que tienen sus jefes, se habían tomado como un entretenimiento con el que pasar la tarde: la cruel hazaña de amargarnos la tarde, sin más placer que demostrar su poder y su autoridad y quizás en último extremo su impunidad.
   Nos había tocado a nosotros como le podía haber tocado a cualquier otro
 
Yo estaba aterrorizado pero al ver venir de lejos a Juanamari me fue llegando un poco de tranquilidad aunque se asentaba la idea de que la conducta, de que el comportamiento criminal de estos policías, me estaba llevando a un colapso físico y casi a la locura.
   Comencé a gritarles y a insultarles y a acusarles.
   No recuerdo qué les dije, ni lo quiero recordar.
   Y llegó el médico. 296 de glucosa 23-11 de tensión.
   Por favor sáqueme de este espacio de terror.
   Y llegó la ambulancia.
   A las seis y medía salíamos hacia el Hospital de Tudela.
   El parte médico está en el juzgado.
 
Pasados más de veinte días todavía no he recuperado el tono vital y aún, sigo teniendo miedo sin embargo me han condenado en un juicio en el que no estaba presente.
Pero esa es otra historia.
 
Como mejor proceda espero su contestación, si no para pedirme disculpas sí al menos para explicarme cómo y porqué pueden ocurrir estos sucesos a un matrimonio de cincuenta y algunos años que van a pasar la tarde al huerto de su propiedad en su propio pueblo.
Muy atentamente.
Pedro José Francés Sayas.